No
es necesario copiar todos los enunciados, sólo los necesarios para comprender
las respuestas. Algunas son actividades interactivas, y otras las hacéis en el cuaderno. Lo que debes subir a
tu carpeta de Google Drive está sombreado en amarillo.
Sesión 1
- Corrección de
las actividades de la semana pasada:
Soluciones pág. 186-187
Soluciones pág. 190
Soluciones pág. 191 y 193
Soluciones pág. 197
**
CARTA A MARÍA AUXILIADORA: Si todavía no la has subido a Drive, aún puedes
hacerlo**
- Lectura: ¿Recuerdas
la historia de “El doctor Terríbilis”? Hoy te mostramos otro cuento, se llama
“Voces nocturnas”. Le falta el final, aunque su autor propone tres. Elige uno
de ellos e inventa uno más (con al menos dos párrafos de tres o cuatro líneas
cada uno). Sube esta
actividad a Drive.
Voces nocturnas
Si
os acordáis de la antigua fábula de la princesa que no conseguía dormir porque había un guisante debajo del último
colchón de la montaña de colchones sobre la que se había acostado, os parecerá
más comprensible la historia de este viejo señor. Un viejo señor muy bueno, más
bueno que cualquier otro señor viejo.
Una
noche, cuando ya está en la cama y va a apagar la luz, oye algo, oye una voz
que llora...
—Qué raro —dice—, me parece oír... ¿Habrá
alguien en casa?
El
viejo señor se levanta, se pone una bata, recorre el pequeño apartamento en el
que vive completamente solo, enciende las luces, mira por todas partes...
—No, no hay nadie. Será donde los vecinos.
El
viejo señor vuelve a la cama, pero al cabo de un rato oye otra vez aquella voz,
una voz que llora.
—Me
parece —dice— que viene de la calle. Seguramente que ahí abajo hay alguien
llorando... Tendré que ir a ver.
El
viejo señor vuelve a levantarse, se tapa lo mejor posible, pues la noche es
fría, y baja a la calle.
—Vaya, parecía que era aquí, pero no hay
nadie. Será en la calle de al lado.
Guiado
por la voz que llora el viejo señor sigue y sigue, de una calle a otra, de una
a otra plaza, recorre toda la ciudad y junto a la última casa de la última
calle encuentra a un viejecito en un portal que se lamenta débilmente.
—¿Qué hace aquí? ¿Se siente mal?
El viejecito está tumbado sobre unos cuantos
andrajos. Al oír que le llaman se asusta:
—¿Eh? ¿Quién es?... Ya entiendo. El dueño de
la casa... Me marcho en seguida.
—¿Y dónde va a ir?
—¿Dónde?
No sé dónde. No tengo casa, no tengo a nadie. Me había resguardado aquí... Esta
noche hace frío. Tendría que ver lo que es dormir sobre un banco, en los
parques, tapado con un par de periódicos. Es como para no volverse a despertar.
Pero bueno, ¿y a usted qué le importa? Me voy, me voy...
—No, oiga, espere... No soy el dueño de la
casa.
—Entonces,
¿qué quiere? ¿Un poco de sitio? Acomódese. Mantas no hay, pero sitio hay para
los dos...
—Quería decir... En mi casa, si le parece,
hace un poco más de calor. Tengo un diván...
—¿Un diván? ¿Al calor?
—Ea,
venga, venga. ¿Y sabe lo que haremos? Antes de dormir nos haremos una buena
taza de leche...
Van
a casa juntos, el viejo señor y el viejecito sin casa. Al día siguiente el
viejo señor acompaña al viejecito al hospital porque ha pescado una fea
bronquitis de dormir en los parques y en los portales. Después regresa, ya de
noche. El viejo señor está a punto de acostarse, pero vuelve a sentir una voz
que llora...
—Vaya,
otra vez —dice—. Es inútil que mire en casa, sé muy bien que no hay nadie.
También es inútil que intente dormir: seguro que no lo conseguiré oyendo esas
voces.
¡Animo! vamos a ver qué pasa.
Como
la noche anterior, el viejo señor sale y camina, y camina, guiado por la voz
que llora que, esta vez, parece venir de muy lejos. Anda y anda y atraviesa
toda la ciudad. Sigue y sigue y le sucede algo muy extraño porque se encuentra
andando por una ciudad que no es la suya, y después
en otra. Continúa
y continúa, cada vez más lejos. Atraviesa
toda la región.
Llega a un pueblecito en lo alto de una montaña. Allí hay una pobre
mujer que llora porque tiene un niño enfermo y a nadie que vaya a buscarle un
médico.
—No puedo dejar al
niño solo, no puedo sacarle con esta nieve... Hay nieve por todas partes. La
noche parece un desierto blanco.
—Animo,
ánimo —dice el viejo señor—, explíqueme dónde vive el médico, iré a buscarlo,
lo traeré yo mismo. Mientras tanto, lávele la frente al niño con un paño
húmedo, lo refrescará, a lo mejor podrá descansar.
El
viejo señor hace todo lo que tiene que hacer. Y hele de nuevo en su habitación.
Ya es la noche siguiente. Como de costumbre, cuando está a punto de dormirse,
una voz se introduce en su sueño, una voz que llora y parece estar allí junto a
la almohada. Ni oír hablar de dejarla llorar. Con un suspiro, el viejo señor
vuelve a vestirse, sale de casa y anda y anda. Y le sucede la acostumbrada cosa
extraña, muy extraña. Porque esta vez atraviesa toda Italia, cruza también el
mar, y se encuentra en un país donde hay guerra, y hay una familia que se
desespera porque una bomba le ha destruido la
casa.
—Valor,
valor —dice el viejo señor. Y los ayuda como puede. No puede solucionarlo todo,
como es natural. Pero al fin dejan de llorar y él puede volver a casa. Ya se ha
hecho de día, no es cosa de meterse en la cama.
—Esta noche —dice el viejo señor— me iré a
descansar un poco antes.
Pero
siempre hay una voz que llora. Siempre hay alguien que llora, en Europa, o en
África, en Asia o en América. Siempre hay una voz que llega por la noche a la
casa del viejo señor, junto a su almohada, y no lo deja dormir. Siempre así,
noche tras noche. Siempre siguiendo a una voz lejana. Puede venir del otro lado
del mundo, pero él la oye. La oye y no consigue dormir...
PRIMER FINAL
Aquel
viejo señor era bueno, muy bueno. Pero de no dormir nunca, empezó a ponerse
nervioso, muy nervioso.
—Si
al menos pudiera —suspiraba— dormir una noche sí y otra no. A fin de cuentas yo
no soy el único en el mundo. No es posible que nadie sienta nunca esas voces,
que a nadie se le ocurra levantarse para ir a ver.
Algunas noches, en
cuanto sentía las voces, intentaba resistir:
—Esta
vez no me levanto, estoy acatarrado y me duele la espalda, nadie podrá echarme
en cara que soy un egoísta.
Pero la voz
insistía, insistía tanto que el viejo señor no tenía más remedio que
levantarse. Cada vez estaba más cansado. Cada vez más nervioso.
Por último se acostumbró a meterse dos
tapones en los oídos antes de acostarse. Así no sentía las voces y se dormía.
—Lo haré sólo durante un tiempo —decía—,
sólo para descansar un poco. Será como tomarse unas pequeñas vacaciones...
Se puso
los tapones un mes seguido.
Una noche no se los colocó. Tendió la oreja.
Ya no oía nada. Se quedó despierto la mitad de la noche escuchando: ni voces,
ni llantos, únicamente algún perro que ladraba a lo lejos.
—O nadie llora
—concluyó— o me he quedado sordo. Paciencia, mejor es así.
SEGUNDO FINAL
El
viejo señor siguió de aquella manera durante noches y noches, durante años y
años, levantándose siempre, hiciera el tiempo que hiciera, y corriendo de un
extremo a otro de la Tierra para ayudar a alguien. Apenas dormía algunas horas,
después de comer, sin ni siquiera desnudarse, en una poltrona más vieja que él.
Los vecinos empezaron a desconfiar.
—¿Dónde va todas las noches?
—Va a corretear. Es un vagabundo, ¿todavía
no os habéis dado cuenta?
—A lo mejor es un ladrón...
—¿Un ladrón, eh? ¡Es verdad! ¡Eso explica el
misterio!
—Habrá que vigilarlo.
Una
noche hubo un robo en aquel edificio. Los vecinos le echaron la culpa al viejo
señor. Registraron su casa y tiraron todo por los aires. El viejo señor
protestaba con todas sus fuerzas:
—¡Soy inocente! ¡Soy inocente!
—¿Ah, sí? Entonces, díganos, ¿dónde estaba
la noche pasada?
—Estaba... ah, ya... estaba en Argentina, un
campesino no conseguía encontrar su vaca
y...
—¡Escuchad qué descarado! ¡En Argentina! ¡Cazando vacas!
En fin, el viejo señor terminó en la cárcel. Y estaba desesperado
porque todas las noches oía una voz que lloraba y no podía salir de su celda para ir en busca
de quien lo necesitaba.
Por ahora
no hay tercer final.
Podría ser éste: que
una noche, en toda la Tierra no haya ni siquiera un hombre que llore, ni
tampoco un niño... y a la noche siguiente lo mismo... y así todas las noches.
Nadie llora, nadie es infeliz.
Quizá esto sea
posible algún día. El viejo señor es demasiado viejo para vivir hasta aquel
día. Pero continúa levantándose, porque lo que se hace debe hacerse siempre,
sin perder la esperanza nunca.
TERCER FINAL
Por ahora
no hay tercer final.
Podría ser éste: que
una noche, en toda la Tierra no haya ni siquiera un hombre que llore, ni
tampoco un niño... y a la noche siguiente lo mismo... y así todas las noches.
Nadie llora, nadie es infeliz.
Quizá esto sea posible
algún día. El viejo señor es demasiado viejo para vivir hasta aquel día. Pero
continúa levantándose, porque lo que se hace debe hacerse siempre, sin perder
la esperanza nunca.
Sesión 2
- Lectura: De tu libro personal (15
minutos aprox.).
- La voz del verbo:
oraciones activas y pasivas (página 205): Explicación en el cuadro azul,
arriba a la derecha.
En la página 206, realiza en el cuaderno las actividades 11 y 13; también las actividades interactivas 12, y primer cuadrito
verde de la página 209.
Puedes practicar con el siguiente juego:
Sesión 3
- Lectura: De tu
libro personal (15 minutos aprox.).
- Leer y comprender la página 207: El uso de “x” y “s”. Realiza en el cuaderno las actividades 16 y 18, y las actividades interactivas 17 y segundo cuadrito
verde de la página 209.
Puedes
practicar con el siguiente juego:
- Realiza y sube a
Drive las actividades de repaso de lo estudiado esta semana:
. Página 209: 23, 24 y 26.
Recuerda enviar también tu trabajo
sobre “Voces nocturnas”.
Buen trabajo y presta MUCHA
ATENCIÓN a enunciados y actividades. Recuerda y sé consciente de que para
aprender contenidos nuevos debes repasarlos con interés. Los próximos cursos lo
agradecerás.
Lee todo lo que puedas.